Unos cuantos vídeos de esta magnífica sesión conjunta de POESÍA EN SIDECAR, celebrada el 28-6-2012, en el Café Libertad, de Madrid.
Más abajo aparece el texto del último vídeo por sus especiales carácterísticas de lenguaje.
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Texto
(aproximado) de la intervención de Enrique Gracia Trinidad, para el cierre del
recital de Poesía en Sidecar,
celebrado el 28-6-2012, en el Café Libertad, de Madrid (ver vídeo inmediato arriba)
Está
confeccionado en un lenguaje macarrónico que imita al del Siglo de Oro, más por
broma que por otra cosa (no se pretenda
en él exactitud lingüística ni gramatical).
Se
agradecen las frases y expresiones robadas a Cervantes, a Quevedo y a otros de
aquel tiempo. También aparecen en cursiva frases que corresponden a poemas de
las personas presentadas.
Lo
incluyo aquí a petición de algunos amigos ya que en el vídeo es posible que se
escapen algunos detalles que, generosamente, dicen interesarles.
E.G.T.
Heme
aquí ante vuesas mercedes determinado de cumplir una deuda de amistad ya que no
de sangre, que tanto diera.
Place
a este humilde casi-ciego ser la S y el clavo y poner llave a tan bizarra aventura
poética, que sabe de amores, atrevimientos y porfías más que la abeja que se
atrevió a picar al señor Cupido.
Según
rezan letrados escribanos, ha sido aventura motorizada, que no parece otra cosa
ese invento del demonio llamado sidecar en lengua hereje y que mejor entendiera
yo por carromato, y aún más cristianamente por serón o albarda.
Sentaron
plaza por segunda añada en el corral deste mesón de Libertad, con buena industria y unción desaforada, una
trecena de ilustrísimos poetas, que hubieran sido 14 de haber estado listo otro
plumífero que salió galgueando por las de Villadiego dejándolos a todos en ese
número 13 de tan mal fario pero que en nada estorbó la mejor fortuna.
Así,
estuvo como primera dama en letras la
licenciada Laura de Caro, maestra de
amiga y aún de escuela de mozos, natural de esta Villa y Corte, experta en
lengua romance de Castilla
y
en esa parla bárbara de la pérfida Albión que dicen britana.
Es
mi señora Laura culta latiniparla sin afectación y sabe de lo que es amor y no bordar palabras. Se cuenta en el mentidero de
los representantes que ocasiones hay en que desaparece y anda como en el aire de Madrid perdida. Aconsejan
no se le moleste en tales ocasiones, porque ha ido a robarle besos a la luna. Se
sospecha que puede ser incandescente y volar como un poema, (no lo digan sus
señorías a los familiares del Santo Oficio por si le envían sus corchetes)
Anduvo
a vueltas con ella, recitando a dúo, un reconocido físico, sangrador sin
lanceta ni sanguijuela, que ejerce de remendón de cuerpos y apañador de pleitos
en la muy noble y muy leal capital del Reino de Murcia, y otrosí en esta misma
Villa cuando lances librescos o naguas de espuma lo convocan. Atiende el tan
ilustre seguidor de Hipócrates al nombre de doctor Manuel Martínez y Carrasco, desconociéndose si es familiar del
bachiller del Quijote, pero también acude solícito cuando le llaman amigo,
compadre o compañero. Sábese dél que toca la vihuela y canta en los saraos, durmiendo
luego hasta bien alzado el carro del padre sol, dando, por no ceder en sueño, razones para una siesta, aunque no la
haya menester.
Pasó
después una poeta joven pero no misacantana, pese a su buen nombre de
monasterio del Reino de Navarra y apellido
de bosque garcilaso: doña Leire de Olmeda,
natural de Rivas del Jarama, que hoy se conoce como Vaciamadrid por ser campos
de pan llevar para esta corte, según dijeran moros.
Es
dama aguerrida que huye del chapizanco y los afeites; tan combativa que bien
pudiera un día dar en galeras por el aquel de su afán comunero, pero a la que
es menester tener en cuenta por la honra y la prez de sus versos y por la
intención que en ellos cumple.
Sabe
del Habeas Corpus y otras donosuras y
es capaz de poner como testigo de su demanda de amor, a un buen jarro de
cerveza.
Acompañola
en su función el licenciado don Luis
Ricardo de Suárez que nómbrase a sí mismo poeta pijo, que no pija de
alcoholes o naderías.
Notorio
paisano acomodado en esta Villa y Corte que bien pudiera codearse con Jacobo de
Gratis, al que vuesas mercedes llaman Caballero de Gracia y aún hacer sombra al
mismísimo Bernardino de Obregón, por sus hechuras de galán y sus prendas de
caridad.
Provocador
en letras sin descalabro y explicador de perlas, tiene cuerpo de jácara y oficio
de letrado, sobre todo en la A, por ser primera letra de la gramática y dar en Ansia, Arrullo, Arrogancia, Aliento, y hasta Aguijón. No le faltan a su señoría dichos ajustes, que también
caben en la faltriquera de sus versos.
Sumóse
a estas jornadas otra maestra de las tantas que dan ahora los tiempos —cosa de
encantamiento, cuando otrora no las daban— la eldense doña María de García y Zambrano, cuya diligencia es madre de su
buenaventura. Sábese bachillera de lengua romance, diestra en enderezar
literariamente a los rapazuelos más ceporros, y tal vez en cocinar gachamiga y
fandango, extremo tal que falta de ser probado.
Es
escriba de un dios, aunque lo mienta,
y aparece en cancioneros como tocada de
las musas, pese a que tampoco lo pregone.
Anda
en boca de todos que su alcurnia es notable y sin tacha porque su espíritu
tiene la altura de entender en cosas altas y convertir en lo mismo las que no
lo fueran.
Fue
pareja de jácara y entremés de doña María, maese Luis Miguel de Rodrigo, otro gato de abolengo, aventajado al
parecer en trepanar sin daño los sesos de los dolientes de alferecía y otros
locos y orates, profesión que, cuentan, es ahora de mucho uso y costumbre.
Es
licenciado que hubiera obtenido múltiples prebendas de haber vivido en mi Siglo
del Oro por el aquel de haber publicado pliegos sobre el trastorno de los
ideales que, como vuesas mercedes saben, andábanse trastornados en los tiempos
del rey Felipe, que dios Guarde.
Bien
parece que ahora siguen igual de trastornados, según entiendo de los versos-diatriba,
agudos como punta de lezna, que alumbra este poeta y doctor de la cabeza.
Subióse
luego a aqueste tablado doña Laura de
Gómez y Recas, licenciada por la vieja universidad de Cisneros, hoy
desterrada en la Villa de Madrid. Fue su licencia en un asunto extraño que hogaño
dicen periodismo y que aparenta ser arte de escribir en pliegos de cordel o hablar
en púlpito de los dimes y diretes de la Corte, o de fútbol (quién sabrá que
quisicosa es esa) y de cualesquiera de los lugares que en los mapas son.
Dicen
de esta dama que es hembra de afamada sonrisa cortesana, que prodiga sin tacha,
honrando tanto a reyes como a mendigos, y que sabe de utopías igual que aquel
Tomás Moro que defendió a nuestra señora Catalina de las felonías de un monarca
de Albión.
Cuentan
así mismo que en la Cuesta de los ciegos, hizo justicia y caridad con un lacayo
de color hermoso, que desapareció al poco como si se tratase de una de las tantas
leyendas de esta Corte, y fuese y no hubo nada.
Junto
a doña Laura, remedando al mismísimo Petrarca, llegó maese Jesús Arroyo, bien conocido de los habitantes de esta villa por su
bonhomía sin cuartel y sus artes en amasar empanadas sin mosca. Se sospecha que
vino de Torrejón de la Ribera, hoy Real Sitio de San Fernando de Henares, lugar
de buenos tapices y de labranzas en tierras del Condado de Barajas, pero tiene
hoy en Madrid mesa y mantel y recado de escribir.
Aguerrido
y temerario, es capaz de afirmar en sus versos que quiere que le tiren a la hoguera... Atrevimiento
pernicioso que puede hacer hogaño, que si lo hiciera antaño, ya estaría la
Santa Inquisición regalándole con toca sin rezo, potro, garrucha o tea de
alguacil. Sabe, como el afamado Alonso Quijano, que el año que es abundante en
poesía suele serlo en la hambre,
pero
él es remedio de muchos y de sí mismo y no ha de faltarle yantar mientras oficia
en rimas
Ocasión
hubo en que doña María de los Angeles,
por más gracia Fernangómez, aposentó
sus versos en este corral del barrio de los chisperos. Y hubo de hacerlo sola,
como si hubiese sido abandonada ante el altar, novia en desuso de sí misma y
alentada por su propio fuego.
Fue
única ocasión aquesta en que la albarda que llaman sidecar quedóse en los
corrales, y cabalgó esta dama de tronío la templada condición de sí misma por calles
y vericuetos.
Es
cuento archisabido que vino de las montañas leonesas y sentó plaza de escribana
en despacho de algún secretario de su Majestad, lo que no le impide conspirar
en plazas y mesones, y levantar el ánimo de los súbditos frente a los guantes de ante que ocultan uñas y
ladrones de privilegio en despensa a quien no se atreven los alguaciles.
Burlaría
con el maestro Lope y su discípulo Gracia calculando que hubiera en la corte
más poetas que candiles.
Llegada
de las tierras del antiguo Virreinato del Perú, que llaman Chile, un país cerbatana
como hay pocos, apareciose doña Marina
de Tapia, hija de Valpo, la joya del Pacífico, por más nombre Valparaíso, que
desde que tal dama se vino dejó de serlo porque se trajo con ella el Edén y abandonó
su lar en Valle sólo sin paraíso.
Titiritera,
artista de pinceles y poeta, es dama de alcurnia en plazas y corrales de
comedias, y tanto diera en los salones del arcipreste o el rey si la llamasen. Sabido
está que no habrán de convocarla fácilmente pues es noticia clara que andan los
tiempos torpes y mal gobernados en estas Españas doloridas.
Diz
de tal peregrina que vase buscando acomodo en la costa andaluza donde tal vez
sus gracias fueran de más provecho que en la Corte en que medran más las
alcahuetas, los barbilindos y los ganapanes de fortuna que los artistas ciertos
como ella.
Acompañó
a la titiritera el licenciado Enrique de
Forniés, doctor en filosofías por la Universidad de la ciudad de los Santos
Niños, Justo y Pastor. Afirma que nació de las palabras, pero sabido es (por
más de un cronista de la Villa) que el dicho doctor es experto en silencios y
amigo de aquello de que al buen callar
llaman Sancho. Sólo un buen pichel de vino mulso lograra desatar su lengua.
Tan
cumplido alumno como profesor, es capaz de alquilar su cabeza en unos versos,
llamándola sincera, bien amueblada y
emocionalmente sana.
Cuentan
en el Mentidero de San Martín que hay más de uno y de dos que buscan
alquilársela de tan gastadas como andan las cabezas en la Corte.
Dicen
también, aunque es carta a la que falta el cristus, que en su sabiduría y buena
andanza, sigue los consejos de Quevedo y para que todas las mujeres hermosas
anden tras de él, se va él mismo andando delante dellas.
Remataron
faena en esta santa posada de vino y verso doña Rosa Jimena y don Luis
García, entrambos nobles ilustres de la Villa de Madrid.
Cuentan
de doña Rosa que no desciende de la
Jimena del Cid, aunque bien pudiera, y que es discreta de tono al estilo
cervantino que nos recordara aquello de que no
hay gracia donde no hay discreción, y anda ella sobrada de la una y de la
otra;
Sábese
en las covachuelas que si fuera menester
una dueña cumplida para enderezar los entuertos de este siglo, habrían de
contar con ella o abandonar el empeño. Delante de un buen vino de las bodegas
de Rueda, es capaz de ablandar las ínfulas de un dominico por muy dómine cane
que se tenga, y hacer entrar en razón, justicia y comedimiento al mismísimo
Conde Duque, al impulso soberano que asesinó a Villamediana y hasta a su misma
tocaya la Rosa de los Vientos que apuntara galerna.
De
don Luis García, dícese que es un
adelantado de la vida y su propósito, y que por donde pasa deja santo y seña y
duelo de dueñas.
Ocupado
en un su afamado mesón, alterna picheles y escudillas con buenos versos, como si de un renacido
Baltasar de Alcázar se tratara.
De
su memoria, que se aparece milagrosa por tamaño y forma, salen palabras de
cualquiera siempre puestas en sazón, y de su propia faltriquera, versos
barrocos a la moderna y nuevos a lo de siempre.
Notorio
es verle sentar plaza entre seda tejida en tafetán de lustre, terciopelo
veneciano, urdimbre de flor de loto, y lazo que en su tiempo envidiaran Lord
Byron y el mismo Brummel.
Sus
versos cantan con los borrachos, porque no
queda más suicidio que vivir, y así lo sabe y lo pregona y firma.
No
quisiera dejar este tablado de la farsa sin hacerme lengua de los encantos y
buena andanza de la introductora Monserrat
de Morata
que
ha presentado estas jácaras poéticas, recientemente llegada de Francia, y donde
cuentan que anduvo glosando a un escritor gabacho imitador de Ícaro pero en
cuyo cartel de aposentamiento remedó a don Luis Mejía, el del Tenorio y dicen
que escribió:
"puse un cartel en París
diciendo: Aquí hay una Montse
que vale lo menos dos.
Pasará aquí algunos meses,
y no trae más intereses
ni se aviene a más empresas,
que dar envidia a francesas,
y ligar a los franceses."
Y
estas fueron las gracias y desgracias, entuertos y virtudes que hubieron en el
mesón de Libertad las tardes de poesía en albarda...o en sidecar si gustan de la
moderna jerigonza.
Aquí
cumplieron y dieron magisterio poetas de pie derecho, con mejor arte y
entendimiento del que suelen mentir otros poetas de 1ª tonsura; que tienen
aquestos 13 laurel y pluma del mejor Homero.
Como
me contaron sus prendas, así las concerté.
Ya
que han sido amables con ellos, sean así mismo vuesas mercedes benevolentes con
este pregonero, ciego por mala fortuna de leer versos malos en muchos libros —¡que
así los descalabraran según se nacen!—, y que anda en este instante recuperando
milagrosamente la vista por leer los buenos poemas de estos vates nombrados que
ven en el corral de Libertad púlpito y acomodo.
A
más de benevolentes, muéstrense generosos y paguen a este viejo un pichel de
buen vino de Arganda o Cariñena.
Que
miren que la honra del amo descubre la
del criado y según eso, este humilde versificador que, como don Miguel,
añora la gracia que no quiso darle el cielo, les ha servido hoy con cuanto
esfuerzo supo.
Así
que es menester que vuesas mercedes hagan alarde de buena cuna, que no es mejor la fama del juez riguroso que la
del compasivo.
Queden
sanos y premie el cielo con su largueza la que ustedes nos demuestren.
Y
vale.
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